12 de julio de 2011

La Tía Dolores sube a Rodanas a sus 81 años

La subida al Santuario de Rodanas es una excursión que Isabel y yo hemos realizado en numerosas ocasiones, casi siempre en compañía de la Tía Dolores, para cumplir promesas por numerosos motivos.

Hacía ya cuatro años que no subía y era esta una ocasión especial pues desde entonces han sucedido muchas cosas: la enfermedad de mi primo Jose Mari, el nacimiento de nuestro nieto, casamientos, oposiciones…

La última vez la Tía Dolores tenía 78 años y pensaba que sería la última vez que subía, pero yo le dije que cuando cumpliera los 80 volveríamos a subir. No ha sido así, va a cumplir 82 el mes próximo y a tenor de lo visto es capaz de repetirla varios años más.

Cuando le propuse subir a Jose Mari no contaba con que también se animaran su hermano Adolfo y Pili su mujer, además la Tía Dolores no se lo pensó dos veces y por supuesto Isabel. El resto de los primos acudieron a la llamada familiar pero se reunirían con nosotros ya en el Santuario.

El Santuario está a 16 km de Épila y el camino atraviesa un secarral en el que el sol castiga de forma inmisericorde al caminante. Ni una sola sombra desde que cruzas el río Jalón apenas a dos kilómetros de casa de mis primos. Así que “madrugamos” y a las siete y media estábamos en las piscinas camino de Rodanas (nuestra intención era hacerlo medida hora antes pero las cosas se liaron un poco y nos retrasamos). La Tía traía una mochilita muy pesada y aunque no quería le quitamos la carga.

En el puente viejo del río ( ese en el que la cabeza de San Frontonio se detuvo después de subir río arriba desde Zaragoza – Ebro y Jalón), nos asomamos un momento al pretil y vinieron a mi memoria tiempos de mi niñez cuando nos bañábamos allí e intentábamos pescar barbos a mano. También las oscuras noches de invierno en las que volvíamos a casa después del baile y su frescura aliviaba nuestras cabezas y nuestros estómagos en ebullición.

Una vez en el camino del barranco la charla derivó en si el asfaltado nuevo resistiría una barrancada como la que vivimos hace más de cuarenta años, en el que lecho se hundió y cambió totalmente su aspecto. Estuvimos de acuerdo en que aunque eso sucediera tampoco era tanta la pérdida.

Pasamos la barrida de la azucarera (mi amada y añorada barriada), pasamos el tejar y la Venta Pilla y en poco tiempo llegamos a las vías del AVE. Aquí se acaba el camino asfaltado y comienza una pista infernal que afortunadamente estaba algo mojada de las tormentas del día anterior, con lo que el polvo que levantaban los coches que nos cruzábamos no era demasiado. Los numerosos cantos en pico hacen sufrir las gomas de los coches y muchos optan por dar la vuelta por Lumpiaque para subir hasta la carretera de Borja.

En la lejanía aparecía la carretera de Borja a Ricla, nunca parece llegarse a ella, los camiones se ven cada vez un poquito más grandes, cada vez un poco más cerca, sin embargo nunca llega la puñetera . La mañana estaba algo nublada, pero los paraguas no iban a hacer falta. Bueno sí que vinieron bien para dar algo de sombra a las mujeres.

Nos detuvimos en el Pozo de los Pobres con intención de sentarnos allí, pero el agua apestaba y continuamos hasta cruzar la carretera, desde allí quedan 6 km, los más duros ya que hay que subir el Collado, así que repusimos fuerzas dando cuenta de algunas de las viandas. Nos cobijamos a la sombra del cartel de madera que anuncia el Santuario, hicimos unas fotos y continuamos la marcha.

Ya en el Collado la vereda se empina y nos preocupaba que la Tía Dolores acusara el esfuerzo, pero solo con oírla hablar se sabía que iba estupendamente. No paraba de charlar y jamás salió de su boca un resuello, así que dejamos de preocuparnos y disfrutamos del camino.

A las once y cinco estábamos en Rodanas, habíamos tardado tres horas y media, y no teníamos sensación de cansancio. Entramos a ver a la Virgen, luego fuimos a ver a Paco Cascajo y a la Fina (unos familiares que pasan el verano allí) y por fin, los hombres, fuimos a “almorzar” huevos fritos con chorizo (así se le llama al desayuno). Las mujeres, más frugales ellas, se conformaron con un refresco.

Por cierto en el Santuario me llamó la atención ver dos pinsapos junto a otras clases de abetos y cedros. Al almuerzo nos acompañó Luciano que ya estaba allí con Rosa, luego llegaron el resto de la familia Sanz: Carlos con Charo, José Antonio, las niñas Ana, Sofía y Elena, y más tarde Virginia, Arturo, el pequeñín Raúl, y Pili con Rui. Dimos cuenta de una buena paella y pasamos un buen rato que se prolongó hasta bien entrada la tarde.

Una jornada que habrá que repetir en el futuro y un ejemplo para los morugos: la Tía Dolores.

Relato copiado del Grupo de senderismo de Jerez de la Frontera "Los morugos". Posteado por: escuer 11 julio 2011. http://losmorugos.wordpress.com/2011/07/11/subida-al-santuario-de-rodanas/

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